La salud humana depende cada vez más de cómo la humanidad se relaciona con la biosfera

Lo que más amenaza la salud de los seres humanos en las próximas décadas no son las enfermedades a las que se dedica el grueso de los investigadores biomédicos y de la industria sanitaria. Son el cambio climático, las desigualdades sociales, las necesidades de energía, agua y alimentos de una población creciente y los cambios en los ecosistemas si la velocidad de estos cambios supera la capa­cidad de adaptación de la humanidad.

Actualidad07/02/2021RedacciónRedacción
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Y cuando nadie lo esperaba, llegó el coronavirus.

Todos los profetas que auguraban que la vida humana seguiría alargándose en las próximas décadas, que la ciencia del envejecimiento nos permitiría vivir más de 140 años, que tal vez incluso nos abriría las puertas de la inmortalidad, se quedaron sin palabras. Llevan un año callados.

Ha sido un regreso al pasado. Un pequeño virus de 100 nanómetros de diámetro ha pinchado el globo de los sueños del futuro y ha recordado a la humanidad que su destino continúa estando ligado al de las enfermedades infecciosas.

El coronavirus no ha sido un accidente; es uno más en una larga lista de patógenos provocados por actividades humanas.

La peste, la viruela, la gripe o el cólera cambiaron el curso de la historia. También la covid, que cuando acabe la pandemia permanecerá como una infección endémica, marcará un antes y un después. Nuestra manera de vivir, de trabajar, de consumir, de viajar o de relacionarnos quedará transformada. No todo va a cambiar mucho, pero nada será exactamente igual.

 Para los investigadores de la salud, una de las grandes lecciones que dejará el coronavirus será que el bienestar de las personas no depende solo de qué ocurre en el interior del cuerpo humano, de cómo se puede controlar la proliferación de las células o frenar el envejecimiento de los tejidos. Depende también, y sobre todo, de cómo la humanidad se relaciona con la biosfera. Igual que las bacterias que viven en el tracto digestivo dependen de la salud global de la persona, los seres humanos dependen de la salud de los ecosistemas.

Si destruyen bosques y ríos, agotan recursos naturales y ponen en contacto especies que nunca se hubieran encontrado, es solo cuestión de tiempo que aparezcan enfermedades que nunca hubieran aparecido. Basta con ver la lista de los últimos cincuenta años: ébola, sida, legionella, fiebre del Nilo occidental, zika, ahora covid... Vendrán otras en el futuro.

El coronavirus no ha sido un accidente. Solo es el último invitado que se suma al gran festín de los patógenos favorecidos por la humanidad, un festín que está lejos de haber terminado. Y ha sido una cura de humildad. No estamos por encima de la naturaleza, dependemos de ella.

La salud humana depende cada vez más de cómo la humanidad se relaciona con la biosfera

Queda la gran asignatura pendiente de las enfermedades del cerebro humano, tanto las psiquiátricas como las neurodegenerativas. La complejidad del cerebro y la dificultad para estudiarlo han impedido avances más rápidos. Pero también en este apartado, las investigaciones de ciencia básica son la antesala de avances terapéuticos que antes o después van a llegar.

Con todo ello se conseguirá reducir más la mortalidad prematura, mejorar la calidad de vida y aumen­tar la longevidad. Cada vez más personas llegarán a los 90 o a los 100 años con buen estado de salud. Difícilmente a los 140, como auguraban los profetas de la longevidad. Pero nada de todo esto garantizará un mayor bienestar si no se acompaña de acciones para armonizar la relación de la humanidad con la biosfera.
 

Lo que más amenaza la salud de los seres humanos en las próximas décadas no son las enfermedades a las que se dedica el grueso de los investigadores biomédicos y de la industria sanitaria. Son el cambio climático, las desigualdades sociales, las necesidades de energía, agua y alimentos de una población creciente y los cambios en los ecosistemas si la velocidad de estos cambios supera la capa­cidad de adaptación de la humanidad.

Y estas amenazas no son para las generaciones futuras. Son para las actuales. Pueden parecer amenazas lejanas, pero es porque el tiempo futuro parece más distante que el tiempo pasado. Pueden hacer la prueba: ¿les parece que el año 2040 queda lejos?; ¿el año 2000 les parece igual de lejano? Pero los próximos veinte les van a pasar más rápido que los últimos veinte. Y quienes se van a encontrar con el problema de gestionar las catástrofes del cambio climático, la destrucción de los ecosistemas y el deterioro de la biosfera son los niños, los adolescentes y los adultos jóvenes de hoy en día. La generación Greta Thunberg.

La covid es un ejemplo del rápido progreso de la biomedicina y las tecnologías genómicas desarrolladas en las tres últimas décadas. Por supuesto, van a continuar las investigaciones que exploran las complejidades del interior del cuerpo humano y que contribuyen a mejorar la salud de las personas.

Desde que se descubrió la doble hélice de ADN en 1953, la ciencia biomédica no ha dejado de acelerarse. Se ha averiguado cómo funcionan las células, cómo fabrican proteínas, cómo se comunican entre ellas.

Enfermedades que eran causas frecuentes de muerte a finales del siglo XX se tratan hoy con éxito después de haberse descubierto cómo se originan. Piensen en los infartos de miocardio, que tantas muertes prematuras provocaban unas décadas atrás. O en los cánceres de mama, para los que ahora hay tratamientos eficaces en la gran mayoría de los casos. O en el sida, que hoy en día se controla con fármacos.

También la covid es un ejemplo del rápido progreso de la biomedicina. De no ser por las tecnologías genómicas desarrolladas en las tres últimas décadas, no se hubiera podido obtener el genoma del coronavirus tan pocos días después de su descubrimiento. Tampoco se hubieran obtenido vacunas para pararlo en menos de un año. Ni habría los tests de diagnóstico que permiten identificar los casos positivos y encontrar a sus contactos para contener la epidemia.

Nada hace prever que la locomotora de la biomedicina vaya a frenarse en los próximos años. Igual que ha ocurrido en el pasado reciente, enfermedades para las que hoy faltan terapias se aprenderán a tratar con éxito. Son previsibles en la próxima década progresos significativos frente a cánceres que hoy tienen mal pronóstico, ya que se comprenderá cada vez mejor sus mecanismos moleculares y se avanzará en su diagnóstico precoz.

Cabe esperar también grandes avances en terapias inmunitarias. Las inmunoterapias del cáncer son una prueba de lo mucho que se puede conseguir modulando el sistema inmune. El conocimiento cada vez mejor de las complejidades del sistema inmunitario augura asimismo progresos en el tratamiento de las enfermedades autoin­mu­nes.

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